Imaginen una pelea entre el hombre más rico del planeta y el político más poderoso de Estados Unidos. No es ficción, ni una serie de Netflix. Es la realidad que vive hoy la política estadounidense, donde Elon Musk y Donald Trump han pasado del coqueteo ideológico al combate público.

Trump suena despechado. Lo dijo en voz alta desde el Despacho Oval: “Elon y yo teníamos una gran relación”. Usó el pasado como un disparo de advertencia. Musk, por su parte, respondió con la frialdad de un supervillano: “A Trump le quedan tres años y medio como presidente… yo estaré aquí más de 40”.
¿El motivo de la ruptura? Dinero, poder, control narrativo. Musk criticó la nueva ley presupuestaria impulsada por Trump. Trump contraatacó acusándolo de oportunista por los subsidios a Tesla. Luego vino el verdadero fuego: acusaciones veladas sobre Epstein, amenazas de cortar contratos millonarios, caída en bolsa, y un ejército de asesores intentando apagar el incendio.
Pero nadie quiere rendirse. Musk tiene plataformas, seguidores y recursos. Trump tiene el poder del gobierno federal. Ambos tienen un talento inusual para desviar la atención del mundo hacia ellos. Ahora, los aliados tiemblan, los demócratas calculan y el país entero observa.
La gran pregunta no es quién tiene razón. La pregunta es quién está dispuesto a llegar más lejos. Y cuando dos gigantes luchan, el temblor se siente en todas partes.