Por Kathya Contreras
Las ondas gravitacionales, fenómenos misteriosos y rápidos que se desplazan a la velocidad de la luz a través del espacio, han sido objeto de fascinación científica durante décadas. Similar a las ondas que se forman en el agua al arrojar una piedra, estas perturbaciones pueden deformar el tejido del espacio-tiempo a su paso.
Miguel Alcubierre Moya, investigador del Instituto de Ciencias Nucleares (ICN) de la UNAM, discutió en la conferencia “Ondas gravitacionales y colisiones de agujeros negros” cómo estas ondas, predichas por Albert Einstein hace más de un siglo, finalmente pueden ser detectadas gracias a tecnologías avanzadas como los observatorios LIGO en EE.UU., VIRGO en Italia, GEO 600 en Alemania y KAGRA en Japón.
En 1915, Albert Einstein revolucionó nuestra comprensión de la gravedad con la teoría de la relatividad general, que reveló que la gravedad se propaga a la velocidad de la luz, desafiando la visión previa de Isaac Newton de la gravedad como una fuerza instantánea y omnipresente. Este avance teórico cambió radicalmente nuestra percepción del espacio y el tiempo, describiéndolos como dinámicos y flexibles.
Las ondas gravitacionales son generadas por eventos cósmicos cataclísmicos como colisiones de agujeros negros y explosiones de supernovas. Detectar estas ondas es un desafío monumental debido a su debilidad: incluso eventos cercanos pueden causar fluctuaciones apenas perceptibles en la Tierra.
El Observatorio de Ondas Gravitacionales por Interferometría Láser (LIGO) marcó un hito histórico en 2015 al lograr la primera observación directa de una onda gravitacional, validando las predicciones teóricas de Einstein sobre estos fenómenos cósmicos masivos.
En síntesis, las ondas gravitacionales representan una nueva frontera en la exploración del cosmos, proporcionando a los científicos una herramienta invaluable para estudiar eventos cósmicos extremos y profundizar nuestra comprensión del universo, el espacio-tiempo y la gravedad.