Ambas son populares y ampliamente aceptadas, pero una tiene más efectos negativos de lo que imaginas. Te contamos lo que revela la investigación científica.
El debate entre vino y cerveza no solo divide a los paladares, también a la ciencia. ¿Cuál de estas bebidas alcohólicas es más perjudicial para la salud? Aunque ambas se disfrutan en celebraciones y encuentros sociales, sus efectos sobre el cuerpo humano no son iguales. Estudios recientes han comenzado a inclinar la balanza en favor de una… y no es la que muchos esperaban.
Cerveza: la trampa del “menor grado alcohólico”
La cerveza, por su bajo contenido de alcohol, suele parecer una opción “más ligera” y fácil de controlar. Sin embargo, ahí radica precisamente uno de sus mayores riesgos. Al consumirse en mayor cantidad, la cerveza termina aportando más alcohol del que parece y muchas más calorías.
De acuerdo con datos de la Biblioteca Nacional de Medicina de EE.UU., este exceso no solo puede llevar al aumento de peso (sobre todo abdominal), sino que también eleva significativamente el riesgo de padecer diabetes tipo 2, problemas hepáticos como el hígado graso, y enfermedades cardiovasculares. Además, investigaciones de la Universidad de Tulane indican que los consumidores habituales de cerveza tienden a llevar dietas más pobres en nutrientes, lo que agrava el impacto en la salud.

Vino: ¿el mal menor?
En contraste, el vino —en especial el tinto— ha ganado fama por sus posibles beneficios para el corazón. Esto se debe al resveratrol, un antioxidante natural que se encuentra en la piel de las uvas rojas y que puede ayudar a reducir el daño celular y mejorar la salud cardiovascular cuando se consume con moderación.
Sin embargo, esto no lo convierte en una bebida “saludable” per se. Cuando el consumo de vino supera los límites recomendados, desaparecen los efectos positivos y se suman los mismos riesgos que con cualquier otro alcohol: daño hepático, presión arterial alta, y adicción.

Lo que realmente importa: cuánto y cómo lo consumes
La verdadera diferencia no está tanto en la bebida como en los hábitos. La cantidad, la frecuencia y el contexto son los factores que más pesan al momento de evaluar el impacto del alcohol en tu organismo. Tomar una copa ocasional en una comida equilibrada no es lo mismo que beber en exceso cada fin de semana.
Así que más allá de elegir entre una caña o una copa, lo ideal es mantener un enfoque consciente y responsable frente al alcohol. Porque al final, el equilibrio es lo que marca la diferencia entre disfrutar y dañar tu salud.