Más de 110 años han pasado desde que el majestuoso Titanic se hundió en las frías aguas del Atlántico. Lo que debía ser el viaje más lujoso de la historia terminó convertido en uno de los mayores desastres marítimos jamás registrados. Sin embargo, entre los relatos de tragedia y supervivencia, hay un aspecto que continúa fascinando: la comida. ¿Qué se servía en los salones de este coloso flotante? ¿Cómo era el día a día en torno a la mesa?
Una despensa flotante
Diseñado para impresionar, el Titanic no escatimó en lujos, y mucho menos en su cocina. El barco fue abastecido como un auténtico hotel de lujo sobre el mar. Llevaba a bordo miles de kilos de carne, pescado fresco, verduras, frutas, huevos, leche y harina para alimentar a más de 2,200 personas. Cada clase tenía su propio menú, adaptado a su estatus, pero todos compartían algo en común: abundancia.
Tercera clase: Simple, pero nutritiva
Para muchos pasajeros de tercera clase, la experiencia culinaria a bordo superaba con creces lo que podían permitirse en tierra. Los comedores eran básicos, con largas mesas comunales y una decoración sencilla. Sin embargo, la comida era nutritiva y diaria: pan recién horneado, fruta, mantequilla, y platos calientes que incluían arenques, huevos, papas y gachas.
El 14 de abril, el desayuno incluyó avena con leche, pescado ahumado, jamón, pan con mermelada, té y café. El almuerzo trajo sopa de arroz, rosbif, maíz, papas hervidas y pudín de ciruelas. Por la tarde, el té incluía carne fría, queso, encurtidos y pan, mientras que la merienda consistía en galletas y papilla caliente. Para muchos, fue su última comida.

Segunda clase: Confort con sabor casero
Los viajeros de segunda clase gozaban de un ambiente cómodo y una cocina sólida. Las instalaciones estaban bien decoradas, y los menús ofrecían platos británicos tradicionales. El desayuno podía incluir arenques ahumados, salchichas, riñones con tocino, bollos, avena, y pan con mermelada.
Durante el almuerzo, los platos eran variados: espaguetis gratinados, cordero, carne en conserva, albóndigas, encurtidos y ensalada. Los postres ofrecían tapioca, tarta de manzana, frutas frescas, queso y café. La última cena de estos pasajeros fue tan completa como conmovedora: pollo al curry, abadejo al horno, cordero con menta, pavo con arándanos y varias guarniciones.


Primera clase: Alta cocina en altamar
El comedor de primera clase era un salón señorial, decorado con vitrales y maderas claras. Los pasajeros disfrutaban de un servicio digno de la realeza, y quienes deseaban aún más exclusividad podían cenar en el restaurante a la carta del chef Luigi Gatti, quien lamentablemente falleció en el naufragio.
Los desayunos ofrecían desde tortillas personalizadas hasta chuletas y salmón ahumado. El almuerzo del 14 de abril incluía rodaballo, espárragos, pasteles salados, carnes frías y una selección de quesos finos.
La cena, ese mismo día, fue una exhibición de elegancia gastronómica: ostras, consomé, salmón con salsa mousseline, filete mignon, pichón, foie gras, ensaladas y espárragos. El postre incluía éclairs, helado, frutas frescas, quesos franceses e ingleses y dulces como el famoso pudín Waldorf.


Más que un menú: Un reflejo de la época
El Titanic fue mucho más que un barco: fue el espejo de una sociedad dividida en clases, donde incluso la comida revelaba desigualdades. Hoy, sus menús sirven como testimonio de cómo vivía —y comía— cada sector social en el barco más famoso del mundo. Un retrato gastronómico congelado en el tiempo, justo antes de desaparecer bajo el mar.