By Barcelona — Cuando Laura y Marcos se ven, es como si el tiempo se detuviera. Ella vive en el centro de la ciudad, él en las afueras. Llevan juntos cuatro años, se aman profundamente y hablan todos los días. Pero no comparten casa. Nunca lo han hecho. Y no tienen intención de hacerlo.
“Lo decidimos desde el principio. Cada uno tiene su espacio, su rutina, su hogar. Pero cuando nos encontramos, todo es más intenso. Más especial. Como una primera cita… cada vez”, dice Laura, con una sonrisa.
Son parte de un fenómeno cada vez más común: las parejas LAT (Living Apart Together). Aunque para algunos suene contradictorio, estas relaciones logran mantener el compromiso afectivo y la intimidad sin la convivencia diaria.
En un contexto donde los ritmos personales, la necesidad de espacio y el cuidado de la salud mental se han vuelto prioritarios, vivir separados puede ser una elección amorosa, no una distancia emocional. Marcos, por ejemplo, trabaja desde casa y cuida a su madre enferma. Laura es artista y necesita largos periodos de soledad para crear.
“Nos elegimos sin estar atados”, afirma Marcos. “Sabemos que si algún día necesitamos compartir techo, será una decisión, no una obligación”.
Este tipo de relación también permite a algunas parejas evitar los conflictos de la rutina doméstica. Nada de discusiones por la ropa en el suelo o por el orden de la nevera. El tiempo que pasan juntos es calidad pura: viajes, cenas, conversaciones largas, y, sobre todo, deseo renovado.
“En vez de apagar el fuego con la costumbre, lo mantenemos vivo con la distancia”, dice Laura.
Aunque todavía generan incomprensión en círculos más tradicionales, las parejas LAT parecen ofrecer un nuevo modelo de intimidad: uno que valora la libertad tanto como el vínculo, y que demuestra que vivir juntos no siempre es sinónimo de amar mejor.
