
Por Frida Rebollar.
En tiempos recientes, han resurgido discursos que buscan devolver a la mujer al hogar a través de la exaltación de la cocina. Desde ideologías conservadoras que promueven la “familia tradicional” hasta movimientos que responsabilizan a las mujeres por el auge de los alimentos ultraprocesados, el debate sigue vigente.
No obstante, defender la cocina doméstica no es sinónimo de romantizar la renuncia a la independencia económica o profesional. Cocinar es una habilidad humana que permite la autonomía, el arraigo cultural y la salud alimentaria. Gozar de la cocina en casa, ya sea para una misma o para compartir, no es un retroceso, sino una afirmación de libertad.
Ignorar esta realidad es caer en la falsa dicotomía de que una mujer que cocina en su hogar está sometida, cuando la verdadera esclavitud ha estado en la falta de acceso a la propiedad, al trabajo y a la autodeterminación. El feminismo debe reivindicar la cocina como una herramienta de empoderamiento, no como una carga impuesta.