En los años más oscuros de la dominación virreinal, mientras las armas insurgentes intentaban romper las cadenas del Imperio español, una mujer desde la Ciudad de México libraba su propia batalla. Sin fusil, sin uniforme, pero con inteligencia, recursos y una férrea voluntad de libertad. Su nombre era Leona Vicario, y su historia no merece el olvido.
De heredera respetada a conspiradora vigilada
Nacida en 1789, Leona creció en un entorno privilegiado. Su educación fue extensa y poco común para las mujeres de su tiempo: ciencia, arte, literatura, idiomas. Todo eso la preparó, sin saberlo, para una vida lejos de los salones y cerca de la insurrección.
Huérfana desde temprana edad, quedó bajo la tutela de su tío, el abogado Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, firme defensor de la corona. Sin embargo, Leona no compartía su fe en el trono. Su mirada estaba puesta en otra causa: la independencia.
Amor, estrategia y fuga
En el despacho de su tío conoció a Andrés Quintana Roo, joven pasante en leyes y simpatizante del movimiento criollo. El vínculo entre ambos fue inmediato y profundo. Juntos trazaron una alianza personal y política que los marcaría para siempre.
Leona se convirtió en una aliada imprescindible del movimiento insurgente: canalizó recursos, escondió rebeldes, escribió bajo seudónimos, fungió como mensajera y convenció a armeros para unirse a la causa. En 1813 fue detenida, tras ser delatada, y enviada al Colegio de Belén. Allí permaneció presa, acusada de colaborar con los rebeldes.
Pero la historia no terminó ahí. Andrés Quintana Roo organizó su rescate. Disfrazada y escondida entre cargas de pulque y tinta de imprenta, Leona escapó de la capital y se unió al campamento insurgente en Tlalpujahua. Lo que siguió fue una vida de constante movimiento, peligros y entrega total.
Imprenta, clandestinidad y maternidad
Leona no dejó de colaborar. Participó activamente en la impresión de periódicos revolucionarios como El Ilustrador Americano, acompañó al Congreso de Chilpancingo y vivió escondida durante años. En 1817 fue capturada nuevamente, ahora con su hija recién nacida en brazos.
Gracias a la intervención de Quintana Roo, ambos recibieron el indulto y se refugiaron en Toluca hasta 1820. La Independencia ya estaba cerca, y con ella, un reconocimiento que llegaría tarde, pero no vacío.
Escritora con voz propia
A pesar del retiro, Leona nunca guardó silencio. Fue una voz activa en la vida política del país, especialmente durante los conflictos entre liberales y conservadores. En 1831, cuando policías allanaron su casa en un intento de intimidación política, Leona respondió con una carta abierta que dejó huella:
“Confiese usted, señor Alamán, que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres… los deseos de gloria y libertad para la patria no les son sentimientos extraños.”
Con esa frase, defendió no solo su historia, sino la capacidad de las mujeres para actuar con autonomía, coraje y convicción en los asuntos públicos.
Su legado, hoy más vivo que nunca
Leona Vicario falleció en 1842, pero su legado sobrevivió al tiempo. Fue enterrada con honores y desde 1910 sus restos descansan en la Columna de la Independencia, al lado de los héroes más celebrados del país.
Más allá de su amor por Quintana Roo, más allá del título de “heroína”, Leona fue una estratega, una periodista, una mujer que eligió pelear por sus ideas aun cuando el mundo esperaba de ella silencio.